+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
I N D I C E
0. Introducción
1. El fundamento de la fe católica
2. La interpretación de la Biblia por católicos y protestantes
3. El culto a las imágenes
4. El bautismo de los niños
5. El primado de Pedro y de sus sucesores
6. Obispos, sacerdotes y diáconos
7. La institución de la Eucaristía
8. El sacramento de la Reconciliación
9. Sábado o domingo
10. La Virgen María
11. Ecumenismo ante las diferentes denominaciones protestantes
12. Discípulos y misioneros
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INTRODUCCION
Algunos datos de la realidad
Según el Censo del año 2010, aunque en números reales aumentamos los católicos en México (somos 92.942,489 los que declaramos pertenecer a la Iglesia Católica), su porcentaje sigue descendiendo. En el año de 1950, éramos el 98.21 por ciento; en 1960, el 96.47; en 1970, el 96.17; en 1980, el 92.62; en 1990, el 89.69; en 2000, el 88.22. Ahora, somos sólo el 83.9. Disminuimos en un 4.32%, en relación a la década anterior.
En contraparte, en todo el país aumentan los protestantes o evangélicos. En 1950, eran el 1.28 por ciento; en 1960, el 1.65; en 1970, el 1.82; en 1980, el 3.29; en 1990, el 4.89; en 2000, el 5.21; ahora son el 7.6. Lo más preocupante es el aumento de quienes se declaran sin religión. En el año 2000, eran el 3.5; ahora son el 4.6
Por lo que corresponde a Chiapas, el Estado con menor porcentaje de católicos en el país, sucede un fenómeno semejante. Pasamos de ser el 91.2 por ciento en 1970, al 76.9 en 1980; al 67.6 en 1990; al 64.16 en 2000, y al 58.30 en 2010. Los protestantes han ido aumentando de 4.8 por ciento en 1970, al 11.5 en 1980; al 16.3 en 1990; al 22.59 en 2000, y al 27.35 en 2010, cifra inferior a quienes sostienen que son más del 40%. Los que dicen no tener religión, en 1970 eran el 3.5 por ciento; en 1980, el 10.0; en 1990, el 12.7; en 2000, el 12.16; en 2010, el 12.10.
En Chiapas hay 4.796,580 habitantes. De ellos, 2.796.685 son católicos (el 58.30% del total de la población); 1.312,873 protestantes o evangélicos de muy diversas denominaciones (el 27.35%). Alarma que 580,690 personas (el 12.10%) se declaran sin religión y 103,107 (el 2.14%) no especifican su creencia, están indefinidos. Profesan otras religiones 2,712 personas (el 0.05%); de religión judaica son sólo 513 (el 0.01%).
Resalto que no todos los que dejaron de ser católicos se pasaron al protestantismo, pues nosotros disminuimos en un 5.86%; mientras ellos aumentaron sólo en un 4.76%. Creció significativamente el número de quienes no especificaron su religión: de ser el 0.79% en el año 2000, ahora son el 2.14%. Son los que se quedan en la incertidumbre, en la duda y en la indefinición. A éstos deberíamos buscar más, para ofrecerles -no imponerles- la luz del Evangelio.
En la clasificación de protestantes y evangélicos, hay muchas diferencias. En Chiapas, las religiones más numerosas no son las que tienen historia y tradición que arranca de la Reforma, sino las llamadas pentecostales y neopentecostales, que han ido surgiendo en últimos tiempos, subdivisiones unas de otras; tienen 402,602 congregantes (8.39%). Aquí entran Asambleas de Dios, Ejército de Salvación, Iglesia Cristiana, Iglesia de Dios, Iglesia del Evangelio Completo, Iglesia Sólo Cristo Salva, Príncipe de Paz, y un largo etc. Otra gran variedad de congregaciones evangélicas distintas, muchas de reciente fundación, suman 225,935 fieles (4.71%). Los Mormones son 8,501 (0.17%); los de la Luz del Mundo, en nuestro Estado, apenas son 4,875 (0.10%).
Las llamadas religiones históricas congregan a 287,945 fieles (el 6.00%); en ellas están anglicanos, bautistas, calvinistas, del Nazareno, luteranos, metodistas y presbiterianos. Una de las confesiones más numerosas es la de los Adventistas del Séptimo Día; ellos solos suman 255,885 (5.33%). Los Testigos de Jehová son 127,130 (2.75%)
Estamos en un supermercado de religiones. Pululan por todas partes grupos con líderes de grandes dotes comunicativas y teatrales, como uno originario de Puerto Rico y residente en Miami, que, en forma contradictoria, proclama ser Jesucristo hombre, y al mismo tiempo se dice “anticristo”; pide a sus seguidores que se marquen con el 666, signo apocalíptico de la “bestia”, el gran enemigo de Cristo. Dice que todos, empezando por Pablo y los demás apóstoles, estamos equivocados. ¡Hasta que él llegó, llegó la verdad! ¡Y hay quienes lo siguen! Alejados e ignorantes de su fe original, o decepcionados por algún mal trato, buscan ansiosamente quien les dé ánimo y seguridad.
¿En qué nos cuestiona esta realidad?
Estos datos son un fuerte llamado a revisarnos, para ver en qué estamos fallando y por qué no satisfacemos el hambre de Dios que tiene nuestro pueblo. El fenómeno no es sólo chiapaneco ni del sur del país, sino que es nacional, e incluso mundial. Sin embargo, esto no nos excusa para analizar si nuestra pastoral, si nuestro testimonio personal y eclesial tienen que ver con esta disminución creciente de católicos. No podemos seguir culpando de este hecho a una estrategia política y económica norteamericana. No debemos encerrarnos en pensar que todo cuando hacemos como Iglesia está perfectamente bien hecho, sino ser humildes y sinceros y asumir los cambios que debamos plantearnos, para revertir la deserción de creyentes.
Pudieron haber influido el descrédito generado por los casos de pederastia clerical y, sobre todo, las deficiencias personales e institucionales. Sin embargo, entre las causas más profundas y estructurales están la desacralización creciente, el materialismo y el hedonismo reinantes, que no toleran que haya un Dios que ofrece un camino de vida plena e indica lo perjudicial que puede ser un pecado. Muchos medios de comunicación fincan su éxito económico en desprestigiar a las instituciones y promueven un liberalismo sexual y económico, donde ellos son los dioses que marcan la ruta, y rechazan cualquier criterio que venga de una religión. Así mismo, aumenta el relativismo, que lleva a que cada quien se haga una religión al gusto. Varios andan de una en otra, inventan una nueva, o se quedan sin nada. Se dejan seducir por nuevos líderes.
Entre quienes dejaron de ser católicos, unos optaron por el protestantismo; otros decidieron alejarse de toda práctica religiosa. Algo semejante ha pasado en denominaciones protestantes: varios de sus miembros dejaron una confesión y se pasaron a otra, o se separaron y fundaron otra, o quedaron indiferentes y sin religión explícita. Proliferan los grupúsculos de nuevas religiones, que se subdividen de otras más históricas y formales. Unos se cambian porque no reciben el trato que desearían, tanto en el catolicismo como en el protestantismo; otros se decepcionan por nuestras deficiencias; la mayoría porque les ha engullido el medio ambiente secularista y materialista.
¿Qué buscan quienes cambian de religión? Muchos lo hacen porque tienen hambre y sed de Dios. No se alejan de su iglesia en que nacieron porque sean malos, tengan intereses torcidos, o huyan del compromiso social de la fe, sino porque quieren encontrar más de cerca a Dios. Tienen ansia de algo o Alguien que cure su dolor que les desespera, que llene el vacío que sienten, que les ayude a superar su insatisfacción, que mitigue la angustia y la soledad que les atormenta. Unos, aprisionados por el alcohol y la droga, quieren liberarse y acuden a cualquier centro religioso, de tinte carismático católico o protestante, que le dé consuelo y esperanza, o a uno de tantos nuevos cultos que han surgido, y que fincan su éxito en ofrecer salud y prosperidad.
Esto indica que la gente busca a Dios. Aumentan los que se declaran sin religión, pero son más quienes van tras nuevas religiones. Quizá quieren un Dios a su medida. O su Iglesia los deja insatisfechos. O no hemos sabido ofrecerles los enormes tesoros espirituales que tenemos. Una laica colombiana, universitaria, nos dijo a los obispos en Aparecida que les habláramos más de Dios… Un sacerdote de Bogotá afirma que muchos obispos, sacerdotes y religiosas no hablamos de Jesucristo… ¿Qué nos dice todo esto?
Iluminación del Magisterio de la Iglesia
El Papa Benedicto XVI, en su último viaje a Alemania, dijo: “Desde hace decenios, asistimos a una disminución de la práctica religiosa, constatamos un creciente distanciamiento de una notable parte de los bautizados de la vida de la Iglesia”. Criticó la tendencia a ser “una Iglesia satisfecha de sí misma, que se acomoda en este mundo, es autosuficiente y se adapta a los criterios del mundo, que dé mayor importancia a la organización y a la institucionalización, que a su llamada de estar abierta a Dios y a abrir el mundo hacia el prójimo. Para corresponder a su verdadera tarea, la Iglesia debe hacer una y otra vez hacer el esfuerzo por desprenderse de esta secularización suya y volver a estar de nuevo abierta a Dios”. Lamentó que el cristianismo haya sido “desgraciadamente ensombrecido recientemente por los dolorosos escándalos de los anunciadores de la fe” y que se esconda “la verdadera exigencia cristiana detrás de la ineptitud de sus mensajeros”.
Habló de una preocupante crisis de fe. Aunque se refería a su propio país, la amplía a todo Occidente: “Vemos que en nuestro opulento mundo occidental hay carencias. A muchos les falta la experiencia de la bondad de Dios. No encuentran un punto de contacto con las Iglesias institucionales y sus estructuras tradicionales. Pero, ¿por qué? Pienso que ésta es una pregunta sobre la que debemos reflexionar muy seriamente. Permitidme afrontar aquí un aspecto de la específica situación alemana. En Alemania, la Iglesia está organizada de manera óptima. Pero, detrás de las estructuras, ¿hay una fuerza espiritual correspondiente, la fuerza de la fe en el Dios vivo? Debemos decir sinceramente que hay un desfase entre las estructuras y el Espíritu. Y añado: La verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no llegamos a una verdadera renovación en la fe, toda reforma estructural será ineficaz… En la historia, algunos finos observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres... La renovación de la Iglesia puede llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la conversión y una fe renovada” (24 y 25-IX-2011).
Para encarar esta crisis, nos ha convocado a un Año de la Fe, del 11 de octubre de 2012, cincuenta aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, al 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Cristo Rey del Universo. Su objetivo será “destacar la belleza y la centralidad de la fe, la exigencia de reforzarla y profundizarla a nivel personal y comunitario”, pues “la misión de la Iglesia, como la de Cristo, es esencialmente hablar de Dios, hacer memoria de su soberanía, recordar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su identidad, el derecho de Dios sobre lo que le pertenece, es decir, nuestra vida… Será un momento de gracia y de compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo” (16-X-2011).
En la Carta apostólica con que nos convoca para este Año de la Fe, advierte: “Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”.
Por ello, nos invita “a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo… También hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización, para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe… Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe, para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa… Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia. Al mismo tiempo esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe hacer propio, sobre todo en este Año”.
El Papa Juan Pablo II, en su Exhortación sobre La Iglesia en América, nos dice: “Hay que preguntarse si una pastoral orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios, no haya terminado por defraudar el hambre de Dios que tienen esos pueblos, dejándolos así en una situación vulnerable ante cualquier oferta supuestamente espiritual. Por eso, es indispensable que todos tengan un contacto con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y transformante, especialmente mediante la predicación en la liturgia” (EAm 73).
Jesucristo fundó una sola Iglesia, sobre Pedro y sus sucesores (cf Mt 16,18). Su oración insistente es que todos sus discípulos vivamos unidos, para que el mundo crea (Jn 17,21). Y la prueba por excelencia de que somos de los suyos es que nos amamos como hermanos (cf Jn 13,35). Sin embargo, ya desde el inicio aparecen las divisiones internas en las comunidades cristianas (cf 1 Cor 1,10-13). Esto no es un consuelo, sino un reto. Dios no quiere esta multiplicación dispersa y excluyente, sino la unidad en su Iglesia, lo que no contradice la diversidad de matices y carismas.
Jesucristo nos dejó en su Iglesia una fuente exuberante de vida eterna, que sacia nuestra hambre y sed de eternidad y trascendencia. Si estamos convencidos de que El es el único Camino, el único Salvador, la única Vida, la única Verdad, contagiaremos siempre esta convicción que da sentido y plenitud a nuestra vida y vocación. Que no busquen en otras fuentes lo que nosotros tenemos en abundancia.
Dice el Papa Benedicto XVI: “Jesús es la Palabra viva de Dios. Cuando enseñaba, la gente reconocía en sus palabras la misma autoridad divina, sentía la cercanía del Señor, su amor misericordioso, y alababa a Dios. En toda época y en todo lugar, quien tiene la gracia de conocer a Jesús, especialmente a través de la lectura del santo Evangelio, queda fascinado con él, reconociendo que en su predicación, en sus gestos, en su Persona, él nos revela el verdadero rostro de Dios, y al mismo tiempo nos revela a nosotros mismos, nos hace sentir la alegría de ser hijos del Padre que está en el cielo, indicándonos la base sólida sobre la cual debemos edificar nuestra vida.
Pero a menudo el hombre no construye su obrar, su existencia, sobre esta identidad, y prefiere las arenas de las ideologías, del poder, del éxito y del dinero, pensando encontrar en ellos estabilidad y la respuesta a la insuprimible demanda de felicidad y de plenitud que lleva en su alma. ¡Cristo es la roca de nuestra vida! El es la Palabra eterna y definitiva que no hace temer ningún tipo de adversidad, de dificultad, de molestia… Os exhorto a dedicar tiempo cada día a la Palabra de Dios, a alimentaros de ella, a meditarla continuamente. Es una ayuda preciosa también para evitar un activismo superficial, que puede satisfacer por un momento el orgullo, pero que al final nos deja vacíos e insatisfechos” (6-III-2011).
Defender y consolidar nuestra fe no tiene como objeto pelear con hermanos creyentes en Cristo que no son católicos, pues Jesucristo nos insiste en que debemos amarnos y ora a su Padre por la unidad de sus discípulos (cf Jn 17,21). Al respecto, dice el Papa Benedicto XVI: “La búsqueda del restablecimiento de la unidad entre los cristianos divididos no puede reducirse a un reconocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una convivencia pacífica; lo que anhelamos es la unidad por la que Cristo mismo oró y que por su naturaleza se manifiesta en la comunión de la fe, de los sacramentos, del ministerio. El camino hacia esta unidad se debe percibir como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa del Señor. Por eso es necesario vencer la tentación de la resignación y del pesimismo, que es falta de confianza en el poder del Espíritu Santo” (25-I-2011). Y advierte con toda claridad: “Toda división en la Iglesia es una ofensa a Cristo; y, al mismo tiempo, es siempre en él, única Cabeza y único Señor, en quien podemos volvernos a encontrar unidos, por la fuerza inagotable de su gracia”. Por ello, “nuestro deber es proseguir con pasión el camino hacia esta meta (la unidad) con un diálogo serio y riguroso para profundizar en el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común; con el reconocimiento recíproco; con la formación ecuménica de las nuevas generaciones y, sobre todo, con la conversión del corazón y con la oración” (23-I-2011).
Desde abril de 1988, el episcopado mexicano, en su asamblea realizada en el Seminario de Toluca, donde en ese tiempo yo era rector, analizó el tema e hizo una declaración titulada: “La Iglesia ante los nuevos grupos religiosos”. Hace 23 años ya preocupaba el asunto y tanto su análisis como sus propuestas pastorales siguen siendo válidas.
Dice el documento del episcopado mexicano: “La presencia de nuevos grupos religiosos que proliferan y se desarrollan en nuestra patria, no es exclusivo de México, ni algo que tan sólo afecte a la Iglesia Católica. Es un fenómeno mundial”.
Señalan como causas externas: “El patrocinio de grupos e instituciones, tanto extranjeras como del país, movidas a veces por fines económicos, políticos e ideológicos… Múltiples carencias de todo tipo, que propician angustias e inseguridad en nuestro pueblo, ocasión que aprovechan los nuevos grupos religiosos ofreciendo satisfactores y ayudas. Los medios de comunicación social, con patrones de conducta ajenos muchas veces a la cultura de nuestro pueblo en sus raíces católicas”.
Lo más preocupante son los “elementos causales desde el interior mismo de la Iglesia : Una insuficiente instrucción religiosa de gran parte de nuestro pueblo, la cual conduce a la ignorancia de la fe; por lo que una porción del Pueblo de Dios queda indefensa ante la acción proselitista. El abandono en que se encuentran algunas comunidades, sobre todo en regiones rurales y suburbanas. Un ecumenismo llevado a la práctica en forma equivocada o ingenua. Un ansia de contacto con la Palabra de Dios, que impulsa a muchos a satisfacerla en el fundamentalismo. La insuficiencia de agentes de pastoral. Un laicado que no ha sido suficientemente incorporado a la tarea evangelizadora. Deficiencias de los agentes de pastoral en su testimonio cristiano y en su trato con la gente. Atención personal que parece inadecuada. Algunos métodos pastorales que no logran una relación personal desmasificante. La necesidad que tiene el pueblo de una auténtica experiencia de Dios y de una liturgia viva y participativa, que a veces no se encuentra en el culto, tal como lo celebramos”.
En Aparecida, expresamos al respecto:
“Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces, la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos ‘no católicos’ creen, sino, fundamentalmente, por lo que ellos viven; no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por problemas teológicos, sino metodológicos de nuestra Iglesia. Esperan encontrar respuestas a sus inquietudes. Buscan, no sin serios peligros, responder a algunas aspiraciones que quizás no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia” (DA 225).
¿Qué hacer ante esta realidad?
Analicemos nuestras fallas y revisemos qué encuentran las personas en otras religiones, pues en nuestra Iglesia tenemos todo lo que podrían necesitar, y mucho más. Incrementemos la formación religiosa, cimentada en la Palabra de Dios, no sólo para responder a los ataques, sino para que sea el camino hacia un encuentro vivo con Jesucristo, presente en la Eucaristía. No demos más importancia y tiempo a los análisis de la realidad y a diferentes actividades de pastoral social, como la preocupación por la tierra y el calentamiento global, dejando en un lugar relegado la oración, la lectura orante de la Palabra de Dios, la confesión sacramental, la Misa y la adoración eucarística, sino que centrémonos más en esta espiritualidad, y a partir de ella abordemos la dimensión social de nuestra fe.
Debemos promover que los fieles no sólo conozcan más su fe, sino que se conviertan en misioneros dinámicos y evangelizadores creativos, para llegar a tantas partes a donde no llegamos. Hay que incrementar la pastoral vocacional, para que haya más sacerdotes, religiosas, misioneros y misioneras, consagrados y laicos, dedicados a la evangelización integral, para que los pueblos tengan vida plena en Cristo.
Cada quien procure profundizar su fe, conocer y saborear la Sagrada Escritura , orar con ella y moldear bajo su luz la vida familiar, social, política, laboral y festiva, amar y respetar a quienes profesan otra creencia, gustar los sacramentos y la Eucaristía , llenarse de una pasión misionera por contagiar a otros de su adhesión a Jesucristo.
Los obispos mexicanos, en el documento citado, nos proponen: “Partir siempre de la realidad, asumiendo las angustias y esperanzas de nuestro pueblo y promoviendo una auténtica piedad popular, que satisfaga su hambre de Dios y su ansia de espiritualidad. Insistir en los contenidos esenciales de nuestra fe católica. Promover la participación de todos en la tarea evangelizadora, con especial atención a los laicos, destacando la importancia de la familia y el papel de la mujer en esta tarea. Renovar la parroquia como comunidad. Cultivar pequeñas comunidades eclesiales, donde todos y cada uno experimenten cercanía y fraternidad. No dejarse desalentar, frente al grave problema de las divisiones; se trata de un problema que siempre ha acompañado a la Iglesia (cf 1 Cor 1,11-13). Seguir adelante con ánimo. Si en el pasado la Iglesia logró superar tantas dificultades, lo mismo sucederá ahora”.
En Aparecida, asumimos este compromiso: “Hemos de reforzar en nuestra Iglesia cuatro ejes:
a) La experiencia religiosa. En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos nuestros fieles un “encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y a un cambio de vida integral.
b) La vivencia comunitaria. Nuestros fieles buscan comunidades cristianas, en donde sean acogidos fraternalmente y se sientan valorados, visibles y eclesialmente incluidos. Es necesario que nuestros fieles se sientan realmente miembros de una comunidad eclesial y corresponsables en su desarrollo. Eso permitirá un mayor compromiso y entrega en y por la Iglesia.
c) La formación bíblico-doctrinal. Junto con una fuerte experiencia religiosa y una destacada convivencia comunitaria, nuestros fieles necesitan profundizar el conocimiento de la Palabra de Dios y los contenidos de la fe, ya que es la única manera de madurar su experiencia religiosa. En este camino, acentuadamente vivencial y comunitario, la formación doctrinal no se experimenta como un conocimiento teórico y frío, sino como una herramienta fundamental y necesaria en el crecimiento espiritual, personal y comunitario.
d) El compromiso misionero de toda la comunidad. Ella sale al encuentro de los alejados, se interesa por su situación, a fin de reencantarlos con la Iglesia e invitarlos a volver a ella” (DA 226).
“Hoy se hace necesario rehabilitar la auténtica apologética que hacían los padres de la Iglesia como explicación de la fe. La apologética no tiene por qué ser negativa o meramente defensiva per se. Implica, más bien, la capacidad de decir lo que está en nuestras mentes y corazones de forma clara y convincente, como dice san Pablo ‘haciendo la verdad en la caridad’ (Ef 4,15). Los discípulos y misioneros de Cristo de hoy necesitan, más que nunca, una apologética renovada para que todos puedan tener vida en Él” (DA 229).
Apasionémonos más por Jesucristo y contagiemos a otros de nuestra fe. No aduzcamos de nuevo, para justificarnos, las razones ya consabidas a la creciente deserción de creyentes, para seguir siendo y haciendo lo mismo de siempre, sino convirtámonos personal y pastoralmente. No nos hagamos sordos a los signos de los tiempos, en los cuales el Espíritu nos puede estar invitando a una renovación eclesial. Que el mismo Espíritu nos ilumine y fortalezca, para responder a estos retos. Que el Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, sea ocasión para consolidar nuestra fe en lo personal, en la familia y en la sociedad.
Apoyo metodológico
Ofrezco esta ayuda pedagógica para profundizar nuestra fe católica, consolidarnos en ella, capacitarnos para responder a los retos que el proselitismo de otros grupos religiosos plantea, y así ser discípulos convencidos de Jesucristo y misioneros creativos, para que nuestros pueblos en El tengan vida. Escogí sólo algunos de los temas que ordinariamente son más cuestionados.
Se puede leer este folleto en forma personal, analizar todos y cada uno de los textos bíblicos, o seleccionar algunos, pero sobre todo meditar y orar con ellos, hablarle al Señor desde lo que siente el corazón, para que el conocimiento de nuestra fe nos lleve a un encuentro personal con El.
También se sugiere formar un grupo, sea con familiares, amigos y vecinos, sea con otras personas que quieran profundizar más en su fe. Para este estudio en grupos, con su indispensables tiempos de oración, se proponen esquemas para sesiones de una hora y media aproximadamente. Algunas partes de la sesión se pueden hacer en plenario, o también distribuir su contenido para que lo trabajen en pequeños grupos y luego den su palabra y expongan sus dudas en plenario. El orden de los esquemas se puede cambiar; los temas se pueden presentar en forma dinámica, con dibujos, carteles o un power point; los cantos se pueden variar. Esto es sólo, pues, una propuesta metodológica.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para que el mensaje de la Palabra de Dios llegue al corazón.
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
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